lunes, 9 de diciembre de 2013

Sueños de Navidad



 Sueño de Navidad

“Aquella Navidad, mi sueño se cumplió”.
I

            Nunca he tenido una vida perfecta, yo tampoco lo soy, ni lo seré nunca. Todo lo que he conseguido en mi vida es un trabajo y un marido, que dentro de lo que cabe me trata bien y eso ya era mucho más d el que podía pedir  y mucho más de lo que me decía mi experiencia.
            Por aquella época rozaba los cuarenta, Leo era mi única familia, pues siempre me negué a tener hijos, por mucho que él insistiera; no tenía ni tiempo ni  ganas, y desde luego no quería ser la culpable de que alguien sufriera como lo hice yo, desde que mi cabeza recuerda.
            Cada vez que se avecinaba una de esas  épocas emotivas en las que todo el mundo derrocha felicidad por las esquinas, a mi me tocaba fingirla, pero lo de poner buena cara ya se encontraba en mis planes diarios.
            Esa Navidad fue diferente a todas las demás, todo cambio de rumbo sin previo aviso.
            El 20 de Diciembre, me levanté con las mismas ganas que todas las mañanas, es decir, ninguna; me volví hacia Leo para darle el rutinario beso de buenos días, uno de los pocos signos de cariño forzado que seguía manteniendo.
            Leo, tenía 43 años y era comercial. Le conocí con 27 por casualidad en  la boda de una de mis mejores amigas y desde ese día no nos habíamos separado. Dos años duró la magia y el amor, por lo menos por mi parte, y supongo que por su parte también porque llevaba engañándome, o yo pensaba que lo hacía desde los 31, hecho que realmente no me molestaba lo más mínimo y que fingía no saber.
            Desayunar, lavarme los dientes, vestirme, peinarme, mirarme al espejo pensando en lo desmejorada que estaba y los kilos que me sobraban. Recuerdo cuando todavía tenía esas ganas de vivir y luchar en mi día a día, un cuerpo atlético y juventud; pero todo eso se había quedado en un bonito recuerdo y nostalgia maldita.
            Me ponía en marcha hacia el trabajo, ese que tanto había deseado durante  años, por el que había estudiado hasta la saciedad y depositado toda mi ilusión y que acabó  conmigo en una oficina, sentada durante ocho interminables horas, en las que el jefe se dedicaba a pasear, poner malas caras y quejarse; todo por un mísero sueldo que a duras penas llega para pagar el alquiler y la comida.
            Mi móvil sonó aquella mañana, era mi madre, con una voz cada vez más débil y con un tono que denotaba las ganas que tenía de salir de la soledad de su casa.
            -Sí mamá, haremos la cena de Navidad como siempre. Yo me encargo de la comida y todo lo demás. Os esperamos a las ocho, ya sabes.
            Ella nunca me había dado cariño, ni lo necesitaba, en realidad lo terminé rehuyendo y esquivando a cada persona que trataba de dármelo; eso no era ni de mi estilo, ni de mi agrado. Pero todos sabemos cómo son  las convenciones sociales, lo de darse besos y abrazos todo el día por cualquier idiotez, algo que no iba conmigo y de hecho, me incomodaba.
            Como cada mañana me acerqué al café de la esquina para tomar aquella sustancia que me proporcionaba la energía y motivación que ya no tenía. Saludé a Tamara, la camarera que llevaba trabajando allí desde los 15 años que yo había estado frecuentando la cafetería y que enseguida me puso mi café habitual. Cuando terminé, me dispuse a salir hacia mi oficina. De repente  todo comenzó a dar vueltas, el pitido de los coches se hizo más intenso, la cabeza me retumbaba como si una banda de tambores se paseara por ella, mis ojos empezaban a vencerse impidiéndome ver cada vez más, hasta que los cerré por completo y caí desplomada en la acera.
II
            La luz fluorescente del hospital era terriblemente incómoda y cegadora, estaba aturdida y me había invadido un malestar impropio en mí. Allí estaba mi familia, es decir, mi marido y mi madre que aguardaban impacientes a que pronunciara mi primera palabra después de lo sucedido. En dos días volví a casa, no sabían qué me había pasado, pero después del incidente y las infinitas pruebas a las que me habían sometido, todo parecía normal y suponiendo que fue uno de esos típicos bajones de azúcar me dieron el alta.
            En esos dos días me dediqué, con ayuda de mi madre, a hacer todos los preparativos para la cena de Nochebuena y comprar los regalos. Aquella tarde me habían dejado sola en el piso, me senté junto a la chimenea a leer un libro mientras observaba como ardía la leña.
            Bajo mi asombro y incredulidad el fuego comenzó a avivarse y las puertas que lo separaban de mí se abrieron de par en par dejando salir las llamas y el humo. El pánico se apoderó de mí, no podía salir de mi asombro y mientras me debatía entre  entre quedarme quieta a observar qué pasaba o ir a por un cubo de agua para evitar que se quemara la casa, el humo comenzó a tomar forma. Lo primero que pasó por mi cabeza, es que estaba dormida, pero el calor y la imagen era tan real, que me convencí a mí misma de que podría ser posible.
            El humo continuó saliendo durante minutos y cada vez se hizo más evidente la  forma de hombre, no sabría cómo describirlo, ¡era tan real...!. Mi lado racional se desplomó cuando aquel ente que se mostraba ante mí, comenzó a hablar.
<<Sé que tu vida no ha sido fácil, sé que no has tenido suerte, pero todo puede cambiar a partir de ahora>>
            Un sinfín de preguntas invadían mi cabeza. - ¿Cómo? ¿De verdad esto me estaba pasando? ¿Qué era? ¿Una especie de espíritu de la Navidad? ¿Por qué a mí? ¿Podría cambiar mi vida, podría ser feliz? ¿Existía la felicidad?
            Para ser sincera, lo único que había deseado desde los veinte era quedarme dormida, no volver a despertar y acabar con todo este desastre que era mi vida. Pero la esperanza de que todo cambiara tenía forma de hombre y estaba compuesta de humo.
<<Voy a estar a tu lado, para ayudarte, para que todo cambie, para que seas feliz y para que vuelva el brillo que veía en tus ojos antes>>
            ¿Cómo era eso posible? ¿Iba a concederme algún deseo? ¿Me pediría algo a cambio? ¿Qué era realmente lo que quería? Pero mi asombro lo único que me dejaba era escuchar a aquella extraña criatura que se había materializado ante mí.
<<Sé que no he sido el mejor marido pero... te quiero Carol, siempre lo he hecho. Aunque no me he esforzado lo suficiente por hacerte reír, por comenzar nuevos proyectos, para que valga la pena pasar tiempo juntos>>
            En ese momento la figura se derrumbó y dejó paso a las llamas que, rápidamente se propagaron y comenzaron a quemar toda la casa, reduciéndolo todo a cenizas; mi cuerpo ardía entre ellas, el corazón palpitaba cada vez con más fuerza, parecía que iba a salirse del pecho, hasta que, como si fuera fruto del cansancio, se debilitó hasta pararse.
            Fue en ese preciso instante cuando supe la verdad: nunca había salido de aquel hospital. Había estado en coma durante todo ese tiempo y todo había sido fruto de mi delirio. La extraña figura, no era otra cosa que la voz de mi marido, que me hablaba, siendo consciente de que podía ser la última vez y al que yo, desde mi ensoñación le había puesto cuerpo.
            Las llamas tampoco existieron, en realidad fueron mis últimos minutos de vida en la tierra, el ardor de mi cuerpo, que culminó en una parada de corazón que pondría fin a mis días como, dramáticamente, había deseado y pedido siempre.




Aquella Navidad, mi sueño se cumplió ”.

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